La mañana del lunes 2 de septiembre en Aviñón, una pequeña ciudad al sureste de Francia, el Tribunal de lo Criminal de Vaucluse abrió sus puertas para uno de los juicios más perturbadores en la historia reciente del país. Dominique Pelicot, de 71 años, se presentó ante el tribunal junto con otros 50 hombres, todos acusados de participar en las violaciones sistemáticas de Gisèle Pelicot, una mujer ahora de 72 años que durante casi una década fue drogada y ofrecida a decenas de desconocidos mientras permanecía inconsciente en su propio hogar.
Los acusados, cuyas edades varían entre los 26 y los 74 años, forman un mosaico de la sociedad francesa: obreros, camioneros, un periodista, un enfermero y hasta un guardia de prisiones.
Este juicio, que se extenderá durante cuatro meses, no solo busca determinar la culpabilidad de estos hombres en los 92 actos de violación registrados durante el proceso de instrucción, sino que también expone la monstruosidad oculta detrás de la aparente normalidad de un matrimonio de larga data.
Dominique y Gisèle: una vida convertida en pesadilla
Según detalla AFP, Dominique Pelicot conoció a Gisèle en 1971, formando una familia con tres hijos. La vida del matrimonio parecía discurrir con normalidad hasta que esa fachada se rompió. Durante nueve años, Dominique Pelicot drogó repetidamente a su esposa con ansiolíticos como Temesta y Zolpidem, dejándola en un estado de inconsciencia profunda.
Bajo ese control químico, Dominique ofrecía a Gisèle como un objeto a otros hombres, disfrutando del espectáculo de verla ser violada mientras él lo registraba todo en fotos y videos, como una macabra colección de recuerdos.
Gisèle, ajena a la realidad de los hechos, no guardaba ningún recuerdo de las agresiones, pero cuando el caso salió a la luz, la evidencia fue irrefutable. En septiembre de 2020, un guardia de seguridad en un centro comercial de Carpentras, en el sur de Francia, sorprendió a Dominique Pelicot mientras intentaba filmar por debajo de las faldas de varias mujeres. Lo que la policía encontró en sus dispositivos electrónicos -revela la agencia de noticias francesa- desató una investigación que sacudiría a toda Francia.
Las imágenes mostraban a su esposa, Gisèle, en un estado de completa inconsciencia, a menudo en posición fetal, mientras desconocidos la agredían sexualmente. Dominique había catalogado meticulosamente cada archivo con fechas, nombres o apodos, y títulos pornográficos, transformando su hogar en una prisión de la que Gisele no tenía conocimiento. “Me da asco, me siento sucia, mancillada, traicionada. Es un tsunami, es como si me hubiera atropellado un tren de alta velocidad”, contó la mujer a la agencia AFP.
Voyeurismo y perversión: la motivación detrás de los crímenes
A diferencia de otros casos de abuso sexual, donde el objetivo puede ser el lucro o el poder, lo que impulsaba a Dominique Pelicot era el puro voyeurismo, reveló en un informe EFE. La desviación sexual del hombre, descrita por los psicólogos como una “personalidad perversa”, lo llevó a buscar la gratificación en la sumisión total de su esposa, un placer oscuro en observar cómo otros hombres la tocaban y la violaban.
Pese a la falta de una patología mental que justificara sus actos, Dominique imponía a los hombres que participaban en los abusos con reglas tan escalofriantes como precisas: no usar perfume, calentar las manos para no despertarla para mantenerla en su estado de sumisión inconsciente. Estas reglas no solo aseguraban el control total de su esposa, detalló The New York Times, sino que también convertían su casa en un escenario diseñado exclusivamente para sus fantasías perversas.
En la sala del tribunal, a la que Gisèle llegó acompañada de sus hijos, ahora consciente de lo que le sucedió, se enfrenta no solo a su esposo, sino a todos aquellos que participaron en su horror. P ese a que las leyes francesas le permitían un juicio a puerta cerrada, la víctima insistió en que todas las audiencias fueran públicas, explicó Antoine Camus, uno de sus abogados a la cadena CBS News.
Fuente: Infobae