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Detrás de la condena de Miguel Alejandro Deiana —el hombre que se presentaba como ingeniero y topógrafo mientras ejercía distintos tipos de violencia sobre sus parejas— hubo una trama de coraje femenino.

La primera denuncia llegó en agosto de 2024, cuando su última pareja, una joven de 23 años, lo denunció en CAVIG por lesiones leves agravadas por violencia de género. En ese primer paso, fueron sus amigas quienes la acompañaron y la contuvieron durante todo el proceso, acompañándola hasta formular la denuncia. Sin embargo, ante las presiones y el miedo, la joven se retractó un mes después y el expediente quedó paralizado. Trágicamente, esa víctima se quitó la vida antes de que comenzara el juicio, un desenlace que marcó profundamente la causa y a quienes la seguían.

Tiempo después, otra expareja se animó a denunciar a Deiana por tres años de violencia psicológica, económica, física y sexual. Ella, en su búsqueda de apoyo, logró contactar a la exesposa de Deiana —quien también había denunciado episodios de violencia años atrás— y la unión de estas voces resultó determinante. Esa conexión entre víctimas y allegadas permitió reconstruir el patrón de conducta del acusado y aportar testimonios que impulsaron la investigación.

La fuerza de esa red de mujeres —amigas, exparejas y familiares— fue clave para que, tras ocho meses de investigación, Deiana fuera condenado en junio de 2025 a 8 años y 6 meses de prisión efectiva en el Penal de Chimbas.