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“Poco ortodoxa”: una nueva heroína feminista

By abril 12th, 2020No Comments

La historia de una joven judía que escapa de la comunidad jasídica a la que pertenece se volvió fenómeno en la Argentina. Lo más destacado es el trabajo de Shira Haas, la actriz principal, y la reconstrucción del ambiente religioso.

En tiempos de cuarentena, la ficción ha parido una nueva heroína feminista. Pese a la abundancia de este tipo de relatos -y a que la realidad supera a la ficción-, el mundo de lo real los sigue necesitando. La nueva heroína se llama Esther Shapiro, protagonista de la serie Poco ortodoxa, que es furor en Netflix y se convirtió en la segunda más vista por el público argentino. Una joven de 19 años que escapa de la comunidad judía ortodoxa a la que pertenece y se dirige a Berlín para encontrarse consigo misma por primera vez.

Es una miniserie inspirada en una historia real -sólo inspirada-, hablada en buena parte en yiddish -toda una novedad para Netflix-, que cuenta la historia de una joven de Satmar, comunidad jasídica de Williamsburg (Brooklyn), con reglas estrictas para prácticamente todo aspecto de la vida cotidiana. A Shapiro (Shira Haas) le arreglaron su matrimonio con un hombre que no ama y de ella se espera lo mismo que de toda mujer de la comunidad: que tenga hijos. El peso de los muertos del Holocausto se filtra en el mandato; todo el tiempo la historia está presente más como núcleo asfixiante que como marca de identidad.

Pero el cuerpo de Esty habla por sí solo y no puede siquiera tener sexo con Yanky (Amit Rahav), su marido. Le explican que padece de vaginismo. Hasta su suegra interviene discursivamente en lo que sucede debajo de las sábanas. Un buen día, hastiada de batallar contra todo aquello que no quiere ser, y embarazada, se va a Berlín, adonde vive su madre (Alex Reid), quien supuestamente la había abandonado. Allí reafirma su amor por la música, siempre bloqueado por las férreas determinaciones de su contexto, y se hace de nuevos amigos del ámbito (en ese contexto aparece Catnapp, la DJ argentina que reside gran parte del año en Europa). Y allí, el trauma personal se limpia conectando con el colectivo. Entre el flashback y el presente es reconstruida la hazaña.

Simple. Explorado ya con otras particularidades como plataforma aquél viaje de liberación personal. En Twitter la mayoría son elogios desmedidos. Emerge, solitaria, alguna voz crítica, que despotrica contra la “moraleja” de que todos podrán ser aceptados por un grupo multicultural de bellos y exitosos jóvenes. El capitalismo, al contrario de la religión, parece no oprimir nada. ¿Qué será lo que atrae tanto de esta serie de título poco tentador? Es un material con ritmo pero sin dobleces, complejidad, misterio, desarrollo de otros personajes. Prácticamente desde el comienzo se puede adivinar todo lo que va a pasar y reposa en dicotomías no tan favorables a cierto tipo de relatos: buenos-malos (quizá no podía ser de otro modo), tradición-modernidad, pasado-presente, perseguida-perseguidor, mandatos-deseos, etcétera.

Para algunos en la línea de El cuento de la criada, la serie creada por Anna Winger y Alexa Karolinski y dirigida por Maria Schrader se inscribe dentro de los nuevos relatos feministas que aún se precisan y a los que la industria saca provecho. El formato de esta producción de Netflix es económico y efectivo, cortito y al pie: cuatro capítulos de poco más de 50 minutos, como una película larga que se disfruta en dos días. Y lo que despierta unánimes aplausos es el desempeño de la actriz que encarna a Esther, o Esty. Una revelación, al punto tal que es difícil imaginar esta serie sin ella. Con 24 años, Shira Haas -cuyo primer papel fue en la serie israelí Shtisel– despliega una enorme cantidad de recursos con total naturalidad. Parece haber sido habitada por el alma del personaje, como sucede en las mejores actuaciones.

Su presencia en la pantalla es hipnótica. Transita la dualidad –de la vulnerabilidad al empoderamiento– resultando conmovedora y todos sus excesos tienen sentido porque la historia los amerita. Posee multiplicidad de rostros y gestos. Es interesante también cómo plasma la mirada y el cuerpo extrañados de alguien que arriba a un mundo que desconoce por completo, para el cual no tiene herramientas. Ni siquiera sabe cómo funciona Google, pues en su comunidad el uso de Internet está prohibido. En realidad, Esty siempre fue una distinta, esto está planteado desde el principio. Su sana ingenuidad, su afán por descubrir, dan suficiente tela para cortar desde lo actoral.

La estética es fundamental. Por mencionar un elemento quizá icónico, el rapado de Esty, que en su comunidad es obligación y debe ser cubierto con peluca, encaja a la perfección con la onda de un boliche de Berlín al que asiste con sus nuevos amigos. Hasta se vuelve tema de conversación en la serie, casi como un guiño. Su nuevo look conversa, también, con un estilo andrógino que en estos tiempos grafica y reivindica un modo de ser, sentir, pensar, estar en el mundo.