Las españolas Mar Llop y Cristina Almirall crearon un movimiento que pretende reunir a las mujeres que viven esta realidad.
Si es verdad, como dijo alguien alguna vez, que el mundo es para los valientes, entonces Mar Llop (31) y Cristina Almirall (24) están predestinadas a dejar huella en él. A estas dos catalanas les crece vello en la barbilla, la primera, y en el cuello, la segunda.
A Cristina le empezaron a salir pelos en el cuello de adolescente. “Por presión de mi madre y del entorno decidí depilarme”, explica. Pero cuando se los quitaba, a los dos o tres meses salían de nuevo. “Durante el tiempo que no tenía, vivía feliz, hasta que volvían a aparecer”.
Llegó a probar tres tipos de láser, también cera, pero no dejaban de brotar de nuevo. Hasta que un día pensó en el porqué se los quitaba realmente. “Me dí cuenta de que no lo estaba haciendo por mí”. Ese día decidió no afeitárselos más. “Es verdad que hay momentos en que pienso, ‘¡qué terrible! ¿Por qué me salen a mí?’. Pero otros días ni los noto”.
A Mar le sucedió algo similar. Hace ya seis años que no se afeita los pelos que le crecen en la barbilla. Al principio le costó –“En invierno, iba con bufanda para tapármela”-, pero llegó un día en que decidió que tenía que aceptar su cuerpo “tal y como era”: “Se acabó, ya no me afeito más y a ver qué pasa”.
El crecimiento excesivo de vello, principalmente en mujeres, en zonas que no suele producirse, como barbilla, cuello o labio superior, se conoce como hirsutismo. Pero ellas huyen de este término, un síndrome del que no han sido diagnosticadas. “Estamos totalmente en contra de esta enfermedad. Es una patología de la belleza totalmente patriarcal que sólo afecta a mujeres porque tienen pelo donde sólo los hombres pueden tener”, arguye Mar.
Ella ha sido víctima de la incomprensión en varias ocasiones. Hace poco, relata, le persiguieron tres adolescentes en bicicleta. “Mira, tiene barba”, decían. Mar, que también iba en bici (se dirigía al trabajo) pensó en detenerse y hablar con ellos, pero finalmente desistió.
Sin embargo, en una ocasión no se aguantó y decidió interpelar a dos chicas que estaban hablando de ella en el autobús. “Les dije que estaba escuchando lo que decían y que no estaba bien hablar de los otros de esa manera”. Las dos jóvenes le respondieron que lo sentían y que realmente no les importaba si tenía o no pelos en la cara.
Mar asegura que el hecho de tener barba no le ha afectado en sus “relaciones sentimentales”. “También es verdad que sólo me relaciono con mujeres, y ahí encuentro más empatía”, arguye.
También afirma no haber tenido problemas en el ámbito profesional –“Al principio se extrañaban, pero una vez lo hablas y lo puedes explicar es diferente”-, aunque admite que “quizás, el hecho de tener barba visible” no le “jugó a favor” en alguna de las entrevistas de trabajo que ha hecho.
Cristina celebra que se esté normalizando que las mujeres “se puedan dejar el pelo en las axilas”, pero lamenta que no ocurra lo mismo con la cara. “El hecho de tener barba está muy asociado al sexo masculino”, subraya. “Y no sólo la barba, también tener pelos en los pezones o la espalda”, añade.
Esta joven, que trabaja con niños, relata que es más fácil hablar con ellos que con los adultos. “Me preguntan por qué me salen, y yo se lo explico. Con los adultos es más difícil porque no se atreven a preguntar o porque creen que lo estás pasando fatal. Yo prefiero que pregunten, de hecho me gusta explicarlo”.
En su día, leyó un libro de la historiadora y escritora Pilar Pedraza que la marcó en cierta medida. Fue “El Salvaje interior y la mujer barbuda”. En él, Pedraza “hace un recopilatorio de mujeres con barba a lo largo de la historia y cómo éstas fueron tratadas”. “Tiene mucha relación con las mujeres barbudas del circo o mujeres salvajes marginadas de la sociedad. Pero todo ello no encajaba para nada conmigo, no me siento ni una cosa ni la otra”, esgrime Cristina.
A Pedraza le parece “no sólo bien la iniciativa de estas mujeres como activismo feminista”, sino que además defiende que tiene todo el sentido del mundo “ya que es algo que está en la historia de Occidente”. Esta escritora e historiadora explica que “en la modernidad, en los siglos XVIII y XIX, las mujeres barbudas fueron estrellas del circo”, e incluso sus empresarios “se casaban con ellas porque daban bastante dinero y porque querían retenerlas, tenían su público”.
Recuerda el caso curioso de la mexicana Julia Pastrana, una mujer pilosa (con vello en todo el cuerpo) y barbuda que vivió en el siglo XIX. Pastrana se acabó casando con su empresario y fue expuesta en los circos mientras estuvo viva, pero también una vez fallecida. “Murió al dar a luz a un bebé, un niño que también era piloso y que también falleció al poco tiempo de nacer. El esposo, con cierta locura por su parte, la hizo embalsamar [también al bebé]”, relata Pedraza.
En los años 80 del siglo pasado, hubo una mujer, Jennifer Miller, que “reivindicó su hirsutismo”. Creó el circo Amok, que todavía dirige, “donde las únicas estrellas son mujeres barbudas”, subraya esta historiadora. “Dice que las mujeres normales son las que tienen barba”, agrega.
Mar y Cristina han decidido movilizarse para reunir a mujeres con barba. La idea es exponer sus problemas y darse apoyo unas a otras. El pasado 23 de enero tuvieron el primer encuentro en Barcelona. “Fue muy bien, éramos unas 15 mujeres”, explica Mar. Y ya tienen una segunda reunión confirmada: será de nuevo en Barcelona el 17 de febrero.
Pretenden organizar también encuentros fuera de Barcelona. “Hay colectivos de Lleida que nos han escrito para que hiciéramos alguno allí”, relata Cristina. “Nos han contactado muchas mujeres, de Mallorca, de Argentina… Hay más de las que nos pensamos”, concluye Mar.