Se cumplen 195 años del fallecimiento de Martín Miguel de Güemes, ocurrido el 17 de junio de 1821. Este día será, luego de largas polémicas, feriado nacional. Su historia y la de las mujeres que fueron parte de la gesta patriótica del norte argentino.
Güemes se merecía estar a la altura de los grandes hombres y mujeres de la historia de nuestro país y recibir los honores no solamente de la población salteña, que sí festeja la fecha todos los años. Fue uno de los libertadores de la Patria Grande, líder indiscutido de la defensa de la frontera norte de nuestro actual territorio, quien les puso freno a los ejércitos los realistas en su avance hacia la capital del otrora Virreinato del Río de la Plata. Reconocerlo puede ser la oportunidad de ir más allá de la mera conmemoración a la cual nos tiene acostumbrados la historiografía oficial de nuestro país.
Este feriado tardío quizá pueda ser explicado en gran medida debido a la resistencia que tuvieron hacia su figura las autoridades de Buenos Aires ya en 1810. Veían con recelo sus tácticas militares y la composición gaucha de sus escuadrones. La prensa porteña lo denostó más de una vez, llamándolo caudillejo, cacique, demagogo o tirano. Y sus tropas fueron calificadas como bandidos, salteadores y montoneros. Hoy, que se lo está homenajeando en todo el país, lo peor que podría suceder es que se lo convierta en un héroe de bronce más, se reduzca su gesta únicamente a su individualidad y se lo aísle del contexto histórico en el cual actuó.
La caída de Napoleón y la restauración de Fernando VII al trono de España cambiaron el carácter de la guerra por la independencia. La corona decidió jugarse el todo por el todo en la recuperación del poder perdido y comenzó a enviar más tropas, jefes y oficiales de mérito, instruidos en las más modernas tácticas de combate. Güemes fue un líder político y militar que supo entender las debilidades de un enemigo que, a pesar de la superioridad militar, no conocía el terreno que pisaba.
Como otros caudillos del Norte, fue pionero en implementar la guerra de guerrillas: la acción sorpresiva de combatientes, atacando los flancos, destruyendo las retaguardias, cortando las comunicaciones, privando de aprovisionamientos y apareciendo y desapareciendo como rayos en medio de los montes y las quebradas.Pero además fue un líder popular: organizó a todo el pueblo, incluyendo a gauchos, pobladores originarios y muchísimas mujeres de todos los estratos de la sociedad colonial.
Las patriotas norteñas
Contó entre sus filas con mujeres combatientes de la talla de Juana Azurduy, quien se puso a sus órdenes luego del fallecimiento de su esposo, el caudillo Manuel Padilla. Trabajó en equipo con Magdalena, la “Macacha”, quien fue mucho más que su hermana. Si bien ella no tuvo una participación directamente militar, fue una habilidosa espía que aprovechó su lugar social destacado y una gran operadora política.
Toda la información que recababa se la transmitía a su hermano; era sus ojos, sus oídos y sus brazos en la ciudad; lo protegía y lo ponía sobre aviso de cualquier cuestión urgente. Además de un puntal en la organización de las tropas, fue el verdadero ministro de Güemes; él no tenía secretos ni militares ni gubernamentales para con ella y tampoco realizaba acto alguno sin escuchar sus consejos. En 1815, cuando la delicada situación entre Güemes y las fuerzas de Buenos Aires al mando del general Rondeau parecía terminar en ruptura, fue la “Macacha” en persona quien destrabó la situación y consiguió que se llegara a un acuerdo, conocido como el Pacto de los Cerrillos.
Pero ni siquiera en estas dos grandes mujeres puede sintetizarse el papel de las mujeres norteñas.
La guerra de guerrillas estaba complementada con una amplia red de mujeres espías, audaces e ingeniosas. Grandes mujeres protagonistas de la lucha independentista también borradas de la historia oficial. Damas criollas, niñas, mujeres de la servidumbre y esclavas, todas juntas. Se disfrazaban, seducían a los realistas, ocultaban papeles entre sus faldas, montaban a caballo y recorrían largas distancias para obtener información y transmitirla al ejército patriota. El enemigo no podía respirar sin que ellas se enteraran y activaran la red de de comunicación. Güemes, la Macacha, el pueblo, la guerrilla, la red de espías. Toda esa síntesis garantizó la derrota del enemigo.
María Loreto Sánchez Peón de Frías se destacó especialmente. Fue jefa de Inteligencia de la Vanguardia del Ejército del Norte y autora del plan continental de Bomberas, aprobado y autorizado por Güemes. Lideró un grupo conformado por amigas y conocidas, ayudadas por sus hijos pequeños y sus criadas.
Para tener una comunicación rápida esta desarrolló un simple e ingenioso sistema: un buzón natural en medio de la nada. Un árbol al que se le había hecho un hueco y luego vuelto a tapar con la misma corteza, cerca de donde las criadas iban todos los días a lavar la ropa y a buscar agua. Ellas transportaban el papel con la ropa sucia y lo dejaban en el hueco sin ser vistas. Luego, algún soldado patriota lo retiraba a la noche y dejaba a su vez instrucciones y pedidos de información.
No se les escapaba nada. Ni siquiera la cantidad de soldados realistas que había en cada momento. María se disfrazaba de viandera e iba con su canasta de comida en la cabeza y granos de maíz en los bolsillos a sentarse a la plaza donde estos acampaban. Cuando aparecía el oficial y empezaba a cantar uno por uno los nombres, ella pasaba un grano de maíz de un bolsillo a otro por cada presente y luego enviaba esa información a través del buzón del árbol. Hasta de india se disfrazó, para sentarse en los portales a vender pasteles y espiar.
Otra integrante de esta red que desvelaba a los jefes enemigos era Juana Moro. Humildemente vestida se trasladaba a caballo espiando recursos y movimientos del enemigo por un territorio que sólo ella conocida. La primera vez que la apresaron la obligaron a cargar pesadas cadenas, pero no delató a nadie. La segunda vez el castigo fue peor: fue detenida y condenada por espionaje a morir tapiada en su propio hogar. Por suerte, unos días más tarde una familia vecina horadó la pared y le proveyó agua y alimentos hasta que los realistas fueron expulsados. A consecuencia de la difícil situación que atravesó recibió el apodo de “La Emparedada”.
En palabras del historiador Bernardo Frías, “todas las revoluciones, conjuraciones y sediciones ocurridas en Salta, desde el comienzo de la guerra de independencia hasta la caída del gobernador Latorre, en 1835, fueron hechas por las mujeres, que habían tomado la política como oficio propio”.
La Salta de Güemes, Salta la linda, fue desde siempre la Salta de las mujeres que luchan. Ellas también merecen ser homenajeadas junto con Güemes y el escuadrón de Infernales en este día.